Elegir una profesión no es tarea fácil. La sociedad suele presionarnos a muy temprana edad con aquella pregunta de “y tú, de mayor, ¿qué quieres ser?”.
Cuando somos pequeños soñamos con ser astronautas, futbolistas o veterinarios. Pero al llegar la adolescencia nos topamos con la cruda realidad y la elección debe empezar a tomarse enserio.
Son muchas las personas, sobre todo chicas, que encaminan su futuro hacia el área de la educación infantil.
Cuando recibo a un nuevo grupo de alumnos que se preparan para ser Técnico superior en educación infantil una de las primeras cosas que les pregunto es que: qué es lo que más les gusta en el mundo y por qué han escogido estudiar técnico superior de educación infantil. Me alegra enormemente escuchar una respuesta en doble sincronía: “Lo que más me gusta de mundo son los niños y he elegido esta profesión por esta razón”. Mis oídos aplauden con contundencia y sé a ciencia cierta que me encuentro ante un/a futuro/a gran profesional. Lo que hace grande a un educador es la pasión por su trabajo.
Enfrentarse a un aula repleta de “esos locos bajitos” (como cantaba Serrat) es una ardua tarea apta solo para almas cargadas de toneladas de amor, paciencia e ilusión.
Ser una persona alegre, cantarina, risueña, soñadora, imaginativa, respetuosa, a la vez que responsable, trabajadora y madura, es la combinación perfecta para poder ser un gran educador. Está claro que la experiencia te la dan los años, pero la predisposición y la ilusión juega un papel crucial ante esta profesión.
Sin duda la educación infantil es algo vocacional, se puede aprender, claro, pero es más pura cuando nace del corazón.